A principios del siglo XIX, en el año 1824, el francés Nicéphore Niepce obtuvo unas primeras imágenes fotográficas que resultaron relativamente permanentes. La fotografía de Niepce más antigua que se conserva es una reproducción de la imagen conocida como Vista desde la ventana en Le Gras, obtenida en 1826 con la utilización de una cámara oscura y una placa de peltre recubierta en betún.

En 1827, Niepce se pone en contacto con Daguerre, quien se interesa por su invento e insiste en un acuerdo de trabajo para que le revele su procedimiento, el cual logra firmar con Niepce poco antes de su muerte en 1833. Desde entonces, Louis Jacques Mandé Daguerre continuó sus experimentaciones, regresando al uso de las sales de plata que habían sido desestimadas por Niépce.

Entre los años 1836 y 1838 Daguerre realizó numerosos ensayos previos sin divulgarlos. En abril de 1838, obtuvo la conocida vista titulada Boulevard du Temple, con una exposición de 10 minutos. Esta imagen está considerada la primera fotografía en la que aparece una persona: un cliente de un lustrabotas, en el ángulo inferior izquierdo.

Daguerre, sin embargo, no encontraba un método de ganar dinero con su creación y mantener al mismo tiempo su control sobre ella, por lo que no divulgaba su invento. Buscando asesoramiento, se entrevista con el diputado Arago y este le sugiere ofrecer la patente al estado y se encarga de presentar proyecto. En 1839 se hace público -con apoyo del Estado Francés y gran despliegue de prensa-, el proceso para la obtención de fotografías sobre una superficie de plata pulida, a la que se denomina daguerrotipo.

El Estado compraba a Daguerre la patente del invento para liberarla y le otorga una pensión vitalicia. Muchos periódicos publicaron la noticia y el método a seguir en todos los continentes a partir de un manual escrito por Daguerre. Se desató un verdadero furor por el daguerrotipo. 

El daguerrotipo estaba orientado principalmente a la realización de retratos y puso al alcance de la burguesía que surgía en las grandes ciudades de todo el mundo la posibilidad de retratarse, algo que estaba hasta ese momento reservado a personas de la realeza, nobles y eclesiásticos de alto rango que podían costear los honorarios de un pintor. A partir de su invención, la humanidad podía detener el paso del tiempo y conservar la emoción de ver un rostro querido en un pequeño rectángulo de metal. Esto era sólo el comienzo.