Foto: Nelba Cannelli

Una reflexión sobre el álbum familiar en la era digital

(Nelba Cannelli)

“El rito de tomar una fotografía y de fotografiarse no culminaba allí, era un acontecimiento contemplarlas, y como ellas atestiguan el paso del tiempo, cada vez que volvemos a observarlas, el fetiche parece presionarnos a miradas nuevas…cada vez que las leemos nace un nuevo ritual”

“Huellas familiares”, Carolina Cansino, UNR Facultad de Ciencia Política UNR, 2004

Encontrar las fotos familiares siempre en el mismo sitio nos provocaba un verdadero sosiego.
Daba cierta tranquilidad al alma saber que la historia estaba ahí, en un lugar físico y espiritual a la vez, atesorada en el maravilloso orden cronológico del álbum familiar, al que se podía recurrir en cualquier momento como si fuera un libro de consulta permanente. El álbum siempre estaba en el mismo cajón, el mismo estante, el mismo mueble. ¿Cuántos hechos familiares hemos recordado más por haberlos visto y recontra visto en el álbum familiar que por haberlos vivido?

En mi casa había un álbum que incluía las fotos del casamiento de mis padres y de su luna de miel y otro álbum que reunía las fotos de los acontecimientos importantes, bautismos, comuniones y cumpleaños infantiles. También se atesoraba alguna caja con fotos sueltas y mezcladas de algunos allegados, aquéllas que se enviaban en fechas especiales a familiares y amigos. Y eso era todo. Toda nuestra historia en dos álbumes y una caja.

La mayoría de las fotos estaban tomadas en blanco y negro (solo alguna foto coloreada). A partir de los años setenta aparecen los recuerdos en color con la llegada al hogar de la cámara Brownie Fiesta. Hasta este momento todo fue bastante tranquilo en cuanto al proceso familiar de producir y almacenar fotos, hasta que llegó a casa una Canon automática 35mm. Esto último determinó un aumento más que considerable en la acumulación de fotos por año y a partir de los años 80 comenzamos a generar álbumes a un ritmo más acelerado,quizás uno o dos álbumes por año. Así y todo, la cantidad de fotos de una persona, e incluso de una familia, solía ser visiblemente finita.

Con la llegada de la fotografía digital en los años 90, todos los aficionados a la fotografía analógica sufrimos un gran impacto por los elevados precios de las nuevas cámaras digitales. Recuerdo haber mirado en las vidrieras las cámaras Mavica a diskete de 5¼ como un objeto preciado pero aún inalcanzable. Seguimos tomando fotografías analógicas, hasta que en el año 2000 pudimos comprar la primer cámara digital y con ella inauguramos una nueva manera de almacenar fotos en las computadoras. Ya pocas llegaban a la instancia de la impresión. No estábamos muy seguros acerca de cuál era la mejor manera de organizarlas y preservarlas y fueron múltiples los relatos de amigos o conocidos que perdieron todas sus fotos familiares en un disco rígido dañado.

Tomar fotografías con cámaras analógicas significaba de forma casi automática su revelado. Rara vez quedó guardado en algún cajón de mi casa un rollo usado sin revelar. Porque esa película ya expuesta y preservada en el carrete generaba una curiosidad y una necesidad que solo se curaba con el auxilio del laboratorio, encargado de transformar nuestras películas en fotos.

Tuve mi primera réflex digital en el 2010, un nuevo fenómeno estaba sucediendo en el mundo de la fotografía, los precios de las cámaras digitales ya estaban al alcance de una familia de clase media. Los aficionados a la buena fotografía ya podíamos acceder a una réflex digital. Tuve así mi Nikon D90, y el volumen de imágenes ya superó cualquier medida prudente de almacenamiento.

Hoy ya estamos todos totalmente inmersos en la tecnología fotográfica digital. Aparecen también los celulares con prestaciones cada vez mejores para obtener buenas imágenes. No podemos menos que preguntarnos si esta generalización en el uso cotidiano de la fotografía digital puede llegar a transformar, o ha transformado ya, algunos paradigmas culturales asociados a nuestra manera de construir historia de familia a partir de las fotos.
¿Qué nos depara la fotografía digital? ¿Qué nos deparan nuestras nuevas formas de almacenamiento de imágenes tan poco proclives a su materialización en papel? ¿Es posible tener atesorada la propia historia en múltiples conjuntos de píxeles distribuidos en las redes sociales y en múltiples dispositivos electrónicos de cada uno de los miembros de una familia? ¿Permite esta forma de almacenamiento conservar las imágenes de nuestro pasado tanto en el corazón como en el alma tal como lo permitían los viejos álbumes? ¿Esta profusión de píxeles y de color, este desorden de imágenes, nos da la oportunidad de saborearlas, recordarlas y retenerlas? Sin duda estos cambios de formato implican nuevas formas de aproximarnos a nuestros recuerdos y nuestra historia, pero no alcanzo a comprender su impacto a largo plazo.

¿Cómo defendernos de las nuevas tecnologías fotográficas y de nuestras desorganizadas formas de almacenamiento? ¿Es necesario defenderse? ¿Sería necesario pensar en una “solución al problema”, o sencillamente esta realidad no envuelve problema o peligro alguno y solo hay que dejarse llevar por este devenir fotográfico?

La administración del álbum implica “construir” los relatos de una familia. El álbum de familia no sólo habla del pasado sino que también anuncia a las nuevas generaciones cómo deben ser, a quién tienen que parecerse.1 ¿Podrán asistir las nuevas “formas” de almacenamiento de imágenes a las familias para cumplir con aquellas necesidades?

El álbum como documento que nos dice así fuimos, así debemos ser en el futuro ya no será un objeto material, estará diseminado  en el espacio virtual, su entidad ya no será una unidad física y acariciable, será parte de la nube universal, un sinfín de píxeles posiblemente vinculables.

Quizás en breve aparezca un producto de alguna de las grandes empresas de la informática que permita vincular las fotos de diferentes personas pertenecientes a una misma familia y ofrecer de forma automática un álbum familiar virtual. Esto sería poner al servicio de las familias esos mismos complejos algoritmos que suelen utilizarse para avasallarnos con múltiples publicidades vinculadas a cada palabra que escribimos en nuestros teclados.

Pero también nos quedaría la posibilidad de permanecer ilusos y tercos en el uso de las viejas tecnologías, lo más viejas que el mercado de subproductos fotográficos nos lo permita, y continuar con la antigua manera de registrar acontecimientos familiares. ¿Alcanzaría este empecinamiento para preservar la costumbre del álbum familiar y aquella vieja manera de atesorar historia?

1 Silva, Armando; El álbum de familia, Colombia, 1998 espacio virtual, su entidad ya no será una unidad física y acariciable, será parte de la nube universal, un sinfín de píxeles posiblemente vinculables.

Este trabajo fue realizado por Nelba Cannelli, durante el Curso OnLine de Visión Fotográfica de MolinariPixel en Agosto de 2017

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